Por Lisi Rodenas
No hay huellas precisas y concretas de las tropelías que Inglaterra desplegara al inicio del proceso emancipador en el Imperio Español en América, pero más importante que encontrar la fuente precisa que la condene, es más lógico y necesario conocer y comprender como funcionó el imperialismo liberal en el siglo XIX.
A partir del triunfo de la Revolución Industrial, se desencadena un proceso que coloca a Inglaterra en el nivel más alto del concierto mundial y al mismo tiempo, el voraz Imperio concibe, desarrolla y concreta una idea: el subdesarrollo del inmenso territorio colonial del otro lado del Océano Atlántico al cual pertenecían las colonias españolas y el Imperio del Brasil. Inglaterra gestiona y legaliza la desigualdad y sacará pingues beneficios usufructuando de esa desigualdad
Dice Vivian Trías en “El Paraguay, de Francia el Supremo a la Guerra de la Triple Alianza” Bs As 1975
“Hacia mediados del siglo XIX, Inglaterra produce las dos terceras partes del carbón del mundo, la mitad del hierro, la mitad de los tejidos de algodón, la mitad de la ferretería, sobre esta base se erige la city como el cerebro no sólo del vasto Imperio Británico, sino del conjunto de la economía mundial. Allí funcionan la banca más poderosa y eficaz de la tierra; la famosa organización de los Royal Exchanges, prácticamente el monopolio de los seguros y fletes internacionales, la Bolsa de Valores, el mercado del oro y el más grande y eficiente puerto del orbe. Es esa abrumadora superioridad lo que explica que el liberalismo sea la doctrina oficial del Imperio. No es por cierto una casualidad que Adam Smith y la escuela manchesteriana sean británicos de pura cepa”
El Monopolio Comercial impuesto por España a los Reinos de Indias que impedía las transacciones internas y con otras naciones europeas fue un rígido corset que tuvo la reacción lógica que siempre genera una prohibición que se eterniza en el tiempo, en este caso, el contrabando, combatido y tolerado en partes iguales, casi una ley social de la época que oxigenó en alguna medida la vida de la colonia; pero al mismo tiempo el lento e insuficiente aprovisionamiento de los territorios de ultramar produjo un efecto positivo, ante la carencia de insumos imprescindibles para la vida diaria, el ingenio humano, como siempre sucede, hizo el resto, nace y se consolida la industria del vino en las provincias de Cuyo, se comienzan a fabricar carretas en Tucumán, se multiplican los telares catamarqueños, una nueva sociedad con nuevas ideas y costumbres, un estilo de vida amasado durante tres siglos al calor de conflictos, cruces de intereses, pero también una forma de vivir, de amar y de sentir. Indios, africanos, españoles que llegaron a estas ásperas tierras casi castigados, algunos para cumplir devotamente sus deberes con la Corona y frenar la expansión portuguesa en el Plata, pero otros, muchos otros expulsados por la pobreza en la península, los segundones de algunas familias con blasones gastados y ambiciones sin medida. América fue una atracción irresistible que excitaba la sed de aventuras y las posibilidades de progreso fácil y sin escrúpulos. La maravilla y la tragedia del mestizaje! La mezcla consentida, -el mayor “activo”de la colonización- pero también el exceso y la desmesura. Así se escribe la Historia, ésta y todas, esta es la sustancia de la condición humana desde el principio de los tiempos
Al cabo de trecientos años florece un mundo nuevo en el Nuevo Mundo, José Gervasio de Artigas fue quizás el emergente más lúcido de esta nueva realidad, construyó y condujo uno de los experimentos más interesantes en el marco de la Revolucion Hispanoamericana. El admirable oriental, uno más entre los suyos y al mismo tiempo único y diferente, hijo de criollos y nieto de un hispanoaragonés casado con la descendiente de una princesa inca, integrante de una familia perteneciente a la burguesía de los hacendados, un niño rico entre el paisanaje desarrapado que buscaba un jefe que los condujese a un mejor destino, dueño de una básica instrucción suministrada por los franciscanos en su Montevideo natal pero con una cabal comprensión de las necesidades de su pueblo enriquecida en la correrías compartidas en la campaña, lo que no se aprende en ninguna escuela, “doctorado” en la vida común de sus paisanos, la asignatura que quizás hasta el muy ilustrado Mariano Moreno hubiese reprobado.
Artigas entendió, sin renegar de su prosapia española, las injusticias del orden colonial que declinaba y aceptó el desafío de la construcción de un nuevo orden. Con la misma soltura que se liberó de la tutela paterna a los 14 años metiéndose en el trajín del contrabado, a los 27, empachado de ilegalidad, acepta y se acoge a los beneficios de un indulto para aquellos que pasasen a integrar un cuerpo de blandengues para cuidar la frontera, desde 1797 hasta 1810 se convierte en un disciplinado oficial de la Corona, será su experimentado capitán cuando un puñado de porteños, del otro lado del estuario, sacuden el orden colonial constituyendo la primera Junta de Gobierno. Siguiendo su incomparable olfato y como muy buen jugador de naipes que era, observa y evalúa con cierto reparo los movimientos de estos comerciantes, abogados y curas devenidos en “revolucionarios”, porque no sólo la Banda Oriental sino el Virreinato todo tenía viejas cuentas que saldar con el puerto lejano y opresor, pero la revolución era incontenible y una nueva era golpeaba con fuerza las puertas de la vieja colonia. No miró para otro lado el intrépido blandengue fogueado en el entrevero de la montonera, y en la madrugada del 16 de febrero de 1811, desde el puerto de Colonia cruza el estuario en una barcaza, lo acompañan el más leal de sus tenientes, Andrés Latorre y el párroco de Colonia su gran amigo el Padre José María Enrique de la Peña, la Junta de Buenos Aires le da 200 pesos fuertes, 150 hombres y el grado de Tte. Cnel., con esos recursos vuelve a cruzar el estuario y el 18 de mayo de 1811, con su ejército campesino, -criollo, indios, mestizos,esclavos- le ofrenda a la revolución naciente la victoria de Las Piedras. Con “el pueblo en armas”siembra la semilla de la insurgencia revolucionaria encerrando a los realistas adentro de la ciudad amurallada Un triunfo que levanta el clima alicaído generado por la noticia del avance de la contrarrevolución en el Alto Perú y la derrota de Manuel Belgrano en el Paraguay. Le esperan casi 10 años de febril actividad política entremezclados con enfrentamientos armados, una década de acuerdos y desacuerdos, dos visiones distintas del proceso revolucionario comienzan a delinearse, y a separar voluntades y sembrar desconfianzas malogrando el entusiasmo inicial de sus protagonistas y dispersando la energía imprescindible que necesita toda Revolución para despegar y afianzarse. En este punto la estrategia británica hace “su mejor trabajo”, hinca su poderoso diente en esta controversia, y avanza. En el puerto de Buenos Aires, – abierto 30 años antes por Carlos III- existía una oligarquía estrechamente vinculada a los ingleses en el comercio de ultramar y absolutamente beneficiada por los bajos aranceles autorizados por el Reglamento de 1778. No tuvieron escrúpulos ni remordimientos en aniquilar las economías del interior profundo, destruir las fuentes de trabajo, sembrar miseria, una primitiva pero promisoria industria artesanal rural es aplastada por las mercancías británicas que se derraman impúdicamente en el interior del viejo virreinato. El Imperio Británico en acción sostenido por un colosal aparato financiero con la complicidad de las burguesías portuarias. Con el mismo desparjajo que engordaron sus fortunas al calor del monopolio económico, se acercan a la revolución para hacer lo mismo en el marco de la libertad de comercio y para lograrlo activan y utilizan la pata que les faltaba: la política. Buenos Aires, la hermana mayor que había ayudado a voltear el poder virreinal se transforma en una madrastra implacable, no sólo ahoga la economía interna sino que avanza un poco más: envía emisarios porteños a gobernar los “trece ranchos”, -esta es la forma como se referían al interior- pisoteando la soberanía particular de los pueblos. Un clima de terror para imponer un plan económico. Buenos Aires de espaldas al país. Cuando Artigas comprende la trampa que le tienden, -con la misma decisión que había saltado del contrabando al ejército regular y de ahí a la revolución- se planta frente al atropello de la ciudad puerto. Deseaba una confederación de estados respetando las particularidades de cada región, educación para todos, redacta dos proyectos constitucionales convencido que una normativa legal era imprescindible para darle organicidad al estallido revolucionario y argumentaba la necesidad del reparto de la tierra como una medida justa y racional para lograr la paz social, y lo que más resistencia provocó en la clase alta porteña ligada al negocio exportador e importador: apoyo a la producción nativa frente a la invasión de manufacturas importadas.
En esta patriada, y embanderados con las mismas demandas, se le sumaron los pueblos del Litoral, Santa Fe, Misiones, Corrientes, Entre Ríos y Córdoba, fue larga y desgastante la lucha del Protectorado de los Pueblos Libres con el Directorio porteño que al no poder doblegarlo, financia la entrada del Gral. Lecor en la Banda Oriental; 40.000 pesos fuertes salen de la Caja de Buenos Aires para violentar el territorio del otro lado del estuario en Enero de 1817. A pesar de este escenario hostil, en su breve pero intenso apogeo, funda la Biblioteca Nacional, proclama la Independencia un año antes que en Tucumán, hace una reforma agraria, redacta un Reglamento de Aranceles protegiendo el trabajo de su gente, y exhibiendo su fino olfato de estadista y demostrando que no le asustaba ningún poderío hace un convenio económico con los ingleses.
Mientras la gran potencia industrial y marítima acosaba a América del Sur tratando de sacar la mejor tajada del desmembramiento de la vieja colonia española, en este borde del mundo, en la “estancia cimarrona” del viejo virreinato, en la pradera oriental, entre riachos y lomadas, aparece un criollo alzando la voz y reclamando el derecho de participar en la construcción de una nueva nación.
Fue apenas un momento, un breve, intenso y luminoso momento cuyo resplandor no se ha extinguido, una revolución inconclusa que nos interpela desde el pasado, nos recuerda la deuda con la unidad latinoamericana siempre postergada, y nos obliga a repensar hoy el rol de cada uno en el Movimiento Nacional y Popular. Transar sin claudicar, mirarnos hacia adentro y con inteligencia articular con el “afuera”. Coraje y equilibrio en la toma de decisiones, en este delicado balanceo se forja la madera de los grandes conductores.
La gesta artiguista es un muy buen punto de partida.