Por Sara Liponezkiy
Presidenta Instituto Federal José Artigas
Noviembre de 2017, salón de “Pasos perdidos” del Congreso uruguayo. Una nutrida delegación de cordobeses, santafesinos y entrerrianos, de los institutos artiguistas convocados para la inauguración del Instituto Oriental, salíamos eufóricos de tan emotivo y contundente acto. Fue entonces cuando una compaisana, docente de Montevideo nos avisó que “el Pepe “estaba en el Senado y vendría a saludarnos. No podíamos creerlo, ese hombre que encarnaba la filosofía de Artigas en ideas y acción, un estilo político y personal único y destacable frente a todo lo conocido, un liderazgo conceptual y ético excepcional allende las fronteras, iba a estar con nosotros. Aguardamos con vibrante expectativa su aparición.
De repente vemos caminar por el solemne espacio y hacia nosotros al ex presidente, senador, con su andar cansino, su cabeza blanca y una sonrisa apenas insinuada. Estaba allí, pudimos abrazarlo, nos saludó con afecto que sentimos fraternal, compartimos fotos y hasta pudimos comentarle lo mal que estábamos social y políticamente en Argentina. Entonces, haciendo gala de su conocimiento sobre nuestra resiliencia histórica- como pueblo- y de una templanza optimista producto de su propia vida, recuerdo que nos dijo “en Argentina siempre que llovió paro”.
Lo invitamos a visitar nuestras provincias y con esos ojitos picaros y una leve sonrisa contesto “yo voy… pero tengo que consultarle a la patrona, ella es la que decide”. No podíamos salir del impacto emocional: allí estaba a nuestro lado el Gran Pepe que tanto admirábamos. En su dimensión real, sencillamente un hombre que compartía sus días con la compañera de todos los tiempos, y con Manuela su mascota de tres patas; un paisano que nos hablaba del mate, un político sabio sin estridencias, un compatriota amigo. Como no podía ser de otra manera, aquel encuentro fue comentario central hasta que regresamos del hermano país y después.
Transcurrieron ocho años y sigue vivo en el corazón y la memoria. También las esporádicas apariciones de “el Pepe” en medios y redes nos marcaron su presencia. Una presencia que curiosamente se agigantaba cuanto más lejos del poder formal estaba Pepe. Es un curioso dato de la realidad, ¿será porque las dirigencias(a nivel regional y universal) fueron decayendo y entonces se agudizaba el contraste? Sera porque al estar “más liviano de equipaje” sin cargos ni cargas, su mensaje parecía adquirir mayor consistencia y singularidad? Es cierto que nunca cambio, pero quizás en nosotros su transparencia explicita en dichos y hechos fue entendida y valorada con mayor atención.
Cuando supimos de su enfermedad terminal sin intermediarios, asumida con la entereza y racionalidad de siempre, sentimos una enorme tristeza. Y el inicio de una nueva orfandad. Hace pocas horas, cuando El partió hacia el plano de la memoria a fuego, de la historia latinoamericana con sus iconos y sus ideas luminosas, de las imágenes y las palabras registradas para nutrir generaciones, alimentar utopías y empecinarse en realizarlas, lloramos su ausencia con nuestra pobre conciencia terrenal.
Una ausencia dolorosa que se suma a otras recientes de hombres buenos, trascendentes, brújulas en el andar de los pueblos. Por momentos parece que una maldición azota, ¿será que el tan mentado “cambio de época” implica también que se vayan los buenos? Digo los buenos en su acepción más profunda y abarcativa, no solo por magnánimos.
Desde nuestro país, sentimos esta pena en un contexto desolador. Cuando se proclama el odio desde la voz presidencial, se potencian distancias y se banaliza la vida misma subestimando valores inherentes a nuestra convivencia. Ante el mañana nuestro panorama es incierto, nos lastima, nos crispa, nos sume en la oscuridad. Escuchar nuevamente los mensajes de “el Pepe” y evocar sus virtudes nos señala con un látigo la distancia abismal.
En estas horas hemos visto las imágenes del pueblo oriental en todas sus expresiones etarias, ideológicas y sociales, en largo y doloroso desfile para despedir a su queridísimo Viejo. Lágrimas y rostros angustiados de hombres mujeres mayores, muchachas y muchachos, niñas y niños con padres y abuelos portando flores para dejarle su último homenaje. Saludando a su eterna y firme compañera, que con paz en el rostro y hasta una tenue sonrisa, recibía esas muestras de afecto. Escuchamos testimonios diversos, aunque coincidentes en el respeto a su coherencia, a su humilde grandeza, su persistencia en las convicciones, su vocación por la equidad y su dedicación a hermanar ante las diferencias. Fue muy fuerte y esperanzador notar esa conmoción en los más jóvenes. Vale pensar que su poderosa siembra florecerá en millones de voluntades. Resistirá las injusticias que agravian, los discursos que encienden bajeza, vacíos de razón y sentimiento. La veneración de lo efímero, el culto al egoísmo y la negación del ser social. La devaluación y demonización de la Política por falta de ética o intereses ajenos al Bien general, “la pública felicidad” en lenguaje de Artigas.
Como bien lo expreso Lula ante su féretro: se trató de un ser superior. “Pepe no muere”. Las almas que en estas horas rindieron su tributo de amor al padre protector, al criollo sabio, al presidente lucido y sin protocolo, al guerrero incansable, al amado Pepe, son portadores de su invencible legado. Nosotras y nosotros como ciudadanos de la Patria Grande lo honraremos también.