Por Roberto A. Ferrero
Las primeras relaciones del General Bustos con el artiguismo, dada su pertenencia al Ejército del Norte, fueron de natural enfrentamiento. Esta fuerza, creada para llevar la libertad al Alto Perú, después de la derrota de Huaqui y de haberse hecho cargo Güemes de la defensa de la Frontera, había sido destinada por el Directorio porteño exclusivamente para servir de fuerza pretoriana contra los intentos autonomistas -todos teñidos de mayor o menor coloración artiguista- de las provincias interiores. Como oficial de ese Ejército, nuestro comprovinciano tuvo que servir, bajo las órdenes de Belgrano o de Rondeau, en la lucha contra las huestes provincianas del Protector de los Pueblos Libres. Así, a fines de 1816, junto con Lamadrid, invadió Santiago del Estero desde el Norte para reprimir la sublevación federalista del coronel Juan Francisco Borges –quien murió fusilado sin proceso por orden de Belgrano- y años después hará lo mismo en Córdoba, batallando contra las fuerzas coaligadas de Estanislao López y el caudillo artiguista de Frayle Muerto (hoy Bell Ville), Felipe Álvarez, quienes lo atacaron en el reducto de La Herradura sin conseguir vencerlo (18-19 de febrero de 1819).
II
Sin embargo, tras el Pronunciamiento de Arequito acaecido un año más tarde, las relaciones tan conflictivas y sangrientas entre Bustos y los jefes artiguistas cambiarían de carácter y se tornarían en su contrario. El oficial cordobés había comprendido después de los sucesos del año ’19 –como habían comprendido Paz, Heredia y otros- cuál era la verdadera naturaleza del Ejército del Norte y como el centralismo porteño los utilizaba para reprimir a sus propios comprovincianos, vecinos, amigos y aun parientes, que eran todos partidarios del artiguismo. De manera tal, que al hacérseles claro este carácter, ya no quisieron servir a los intereses porteños y se sublevaron en la Posta de Arequito en la noche del 8 al 9 de enero de 1820, lanzando Bustos una proclama explicativa.
Conocido en la capital de Córdoba el conmocionante suceso, los viejos artiguistas autonomistas, encabezados por el Coronel José Javier Díaz –el caudillo que en 1815 había ya proclamado la adhesión al general Artigas- aprovechan la ocasión y obligan a renunciar al gobernador impuesto por Buenos Aires y designan, tras un breve intervalo de Carlos del Signo, como nuevo mandatario al mismo Díaz. Ingenuamente, los autonomistas del Año XV creían que podrían hacerse del poder soslayando al Jefe victorioso de Arequito, pero ello no era posible: el ejército de 2.,500 hombres de Bustos y su nuevo prestigio ante los pueblos hacían derivar hacia él la Gobernación de su provincia nativa: el 21 de marzo la Asamblea Constituyente lo eligió Gobernador.
A esta altura de los hechos, aún ignorante de la fatal derrota de los artiguistas uruguayos en Tacuarembó a manos de los portugueses invasores de la Banda Oriental, Bustos ya había comunicado a Artigas los sucesos del “día memorable” de Arequito, como le llamaba, criticando al Directorio y reflexionando sobre la frustración de la “alegre perspectiva” de Mayo. En un segundo oficio posterior a este del 17 de febrero, el cordobés se justificaba de su demora en comunicarse con el Protector y le explicaba que “desde el momento en que siguiendo el voto público sustraje el Ejército, que hoy tengo el honor de mandar, de la dependencia del Gobierno de Buenos Aires y proclamé el sistema federal, deseé ponerme en comunicación con V. S. y estrechar mis relaciones de amistad”. Y explicándole el Congreso Constituyente que había convocado en Córdoba para organizar por fin la nación, le decía que había “incitado a las demás Provincias para que a la brevedad envíen sus diputados a ésta, que es la que me parece media mejor las distancias, a efectos que cuanto antes se organice el Estado por medio de una Constitución General”. Y esperanzado le decía que suponía que él –Artigas- “activará por su parte todas las medidas conducentes a tan importante objeto”.
A diferencia de Rivadavia, que ordenó a los diputados de Buenos Aires obstaculizar la realización del Congreso, Artigas lo apoyó firmemente y así lo hizo saber al Gobernador de Córdoba. Derrotado por los lusitanos, combatido y perseguido por las tropas entrerriano-porteñas del traidor Francisco Ramírez, el oriental ponía todas sus esperanzas en su nuevo aliado para cristalizar sus ideas federales: “V. S. se halla en proporción de ejecutarlas -le decía el 26 de marzo- reanimándolas por la reunión de un Congreso en Córdoba… Los momentos nos favorecen: no hay que desperdiciarlos, pues acaso no los presente otra época tan lisonjeros”. Pero pronto Artigas quedará reducido a la impotencia militar y política al ser derrotado una y otra vez por Ramírez, desde Las Tunas hasta Asunción del Cambá, viéndose obligado a refugiarse en el Paraguay el 5 de septiembre de 1820.
El Congreso bustista fracasará: el eje Bustos-Artigas, que cuatro años atrás hubiese sido una formidable combinación, se había intentado demasiado tarde. Cuando el caudillo oriental la necesitaba, Bustos no la podía siquiera concebir; cuando al fin éste la intentó, ya era inútil para aquél.
El desfasaje histórico entre la revolución artiguista y el alzamiento del Interior están en la base de la frustración de la gran posibilidad organizativa del año XX. Recién cuando la primera caía vencida por los embates del enemigo exterior, triunfaban los pueblos mediterráneos contra el enemigo interior. El esfuerzo de años del caudillo oriental había sido la causa eficiente del Pronunciamiento de Arequito, pues fueron sus luchas y su intransigencia los que debilitaron al Directorio y permitieron una toma de conciencia a los ejércitos nacionales, pero este esfuerzo desangró a Artigas y encumbró a sus lugartenientes, de miras menos amplias. Éstos capitularon y aquél desapareció de la escena. El Interior quedó aislado y no pudo imponer su programa a la Ciudad-puerto. Tal fue la tragedia central del año XX.
III
Artigas se había entendido perfectamente con el gobernador Juan B. Bustos en los escasos nueve meses que duró su relación política, pero no había sucedido lo mismo con los artiguistas cordobeses.
Los seguidores de las ideas del Protector en Córdoba habían incitado a Bustos-como bien recuerda el general José Maria Paz en sus “Memorias”- para que sublevara el Ejército a cargo del general Fernandez de la Cruz, del cual el cordobés era la segunda autoridad, pero la disputa y pérdida del gobierno provincial había dejado disconforme y resentido al sector mayoritario del artiguismo urbano, que reunía figuras como los Allende, el General Paz mismo, Eduardo Pérez de Bulnes -.prestigioso diputado al Congreso de 1816-, Pedro Juan González, José de Isasa y otros. Ante esta oposición, Bustos no tuvo más remedio que apoyarse en los elementos no muy seguros del partido semi-autonomista de los Funes y hasta en dirigentes del reducido círculo “directorial”, como los Bedoya o el Dr. Jose Eugenio del Portillo. Los artiguistas comenzaron a conspirar a principios de 1821 para sustituir a Bustos por Pérez de Bulnes y designar a Paz como Comandante Supremo del Ejército del Norte. Descubierto el complot, el gobernador hace detener a todos los implicados, menos al general Paz, su compañero de Arequito, a quien generosamente se limita a destituirlo. Parte a continuación para los departamentos del Sur para detener el heterogéneo ejército del chileno José Miguel Carreras, compuesto de milicianos e indios que venían devastando la campaña en su alocada marcha al oeste para tratar de derrotar a San Martín y O’Higgins en Chile.
Los sediciosos artiguistas, derrotado en la ciudad, intentan entonces una sublevación en la campaña. Los Moyano, Malde, Reinafé, Allende, del Corro, Díaz y otras familias federales, reúnen a sus peones y vecinos, los arman y los ponen a disposición del Manco Paz, pero son rápidamente derrotados. Los Reinafé son detenidos y José Javier Díaz, del Corro y otros se refugian en Catamarca. Paz se oculta en la estancia de su pariente Faustino Allende y luego se exiliará en Santiago del Estero bajo el ala protectora del caudillo federal de esa provincia.
Algunos autonomistas, como Juan Pedro González y Tomás Montaño pensaron por un momento en solicitar el concurso de las fuerzas de Carreras, pero el grueso del partido artiguista, tradicionalmente moderado, no se atrevió a instalar en Córdoba los usos militares tumultuarios y la democracia elemental de las montoneras. Así es que aquellos federales, como dice Paz, “prefirieron sucumbir fieles a sus principios de orden y libertad a triunfar con el desorden”.
En cambio, una segunda tendencia del artiguismo cordobés, con fuerte arraigo en los departamentos de las llanuras orientales lindantes con Santa Fe, no vaciló en aliarse a Ramírez y a Carreras. Dirigentes de segunda fila, surgidos del seno de las mismas masas rurales que acaudillaban, y más sensibles al sentimiento general predominante en ellas, Luis Pinto, Lisandro Peralta y Rafael y Vicente Torres en el noreste, y Felipe Álvarez en el sud-este, se sumaron a los planes del chileno, que evolucionaba desordenadamente por el sur de Córdoba y de San Luis, y del Supremo Entrerriano, que el 2 de mayo cruzaba el Paraná para atacar a Estanislao López. Paz, aún inmovilizado en la hacienda de Faustino Allende, al ser invitado a incorporarse a la rebelión en calidad de jefe militar, rehusó “positivamente ponerse a la cabeza de ese desorden” y marchó a Santiago del Estero donde queda bajo la protección de Ibarra, como cuenta en una de sus páginas autobiográficas. Luis Pinto, que según el mismo Paz tenía pasta para ser un “caudillo célebre”, fue muerto por los milicianos del comandante Domingo Luque; los Torres obligados a replegarse después de haber llegado a los suburbios de Córdoba; y Vicente Moyano y sus hermanos derrotados y encarcelados. Para fines de Mayo de 1821 la sublevación montonera artiguista estaba dominada en el centro y el nor-este de Córdoba, después de haber amagado su capital.
Con más aliento, Felipe Álvarez tuvo una trayectoria más larga, pero también más trágica. Sublevado simultáneamente con los anteriores y en combinación con ellos y con José Miguel Carreras para tomar Córdoba, había atacado a fines de mayo al comandante Cirilo Romero en Frayle Muerto y enseguida se había incorporado a las filas del chileno para avanzar en dirección a la capital provincial. No lograron, empero, ni siquiera tentar las defensas organizadas por Francisco de Bedoya, en parte por la derrota de los demás caudillos de la campaña, y en parte porque Ramírez (internado en los campos cordobeses después de su revés frente a López en Coronda el 26 de mayo) solicitó a sus dos aliados que lo reforzaran con sus tropas. Verificada la unión de los tres caudillos, atacaron a Bustos –fortificado en Cruz Alta- el 13 de junio de 1821, sin poder vencer su resistencia. Tras cuatro jornadas infructuosas se retiraron en dirección a Frayle Muerto, donde se separaron para ya no verse más. El entrerriano se dirigió hacia el norte y el desgraciado jefe chileno, acompañado de Álvarez, hacia el oeste, tratando obsesivamente de llegar a los Andes. Ramírez, según se sabe, fue vencido cerca de la frontera santiagueña por el cruel Bedoya, que cortó su cabeza y se la obsequió al Gobernador de Santa Fe.
En cuanto a José Miguel Carreras, después de diversas peripecias, fue derrotado y tomado prisionero en Mendoza, siendo juzgado y fusilado en su Plaza Mayor. A su derecha, la misma descarga terminó con la vida de su fiel Cabo Monroy, y a su izquierda, con la de Felipe Álvarez, el caudillo artiguista de Frayle Muerto, el “viejito pícaro” como le llamaba Bustos..
La tercera corriente del artiguismo, la del comandante Juan Pablo Bulnes y el pequeño grupo de sus amigos políticos, en cambio, no incurrió en los desatinos que signaron la conducta de los demás federales en el Año XX. No apoyaron los alzamientos contra Bustos e incluso hubo algunos que fueron víctimas de ellos, como José Isasa, cuyas posesiones fueron saqueadas por las partidas que respondían en Traslasierra a Domingo de Malde. El propio Juan Pablo se mantuvo al margen de los acontecimientos que tuvieron como principal animador a su hermano Eduardo Pérez de Bulnes. Ellos supieron encontrar su lugar entre las fuerzas políticas que apoyaron la obra y los esfuerzos nacionales de Bustos, y cuando éste reestructuró con habilidad y amplitud de criterio su base política, participaron en importantes funciones públicas. El propio Juan Pablo Bulnes, que durante tres años –de 1817 hasta la derrota de Artigas en 1820- había combatido al lado del caudillo uruguayo, se transformó en hombre de confianza de Bustos y fue su inteligente Ministro General durante varios años y lo acompaño luego en las históricas batallas de Oncativo y La Tablada.