Por Gustavo Battistoni.
Si Plutarco hubiese vivido en el siglo XIX, la comparación entre las figuras de Estanislao López y Francisco “Pancho” Ramírez le hubiera sido inevitable. Ramírez, nacido en una familia de abolengo y de hondas raíces virreinales, y López, plebeyo por los cuatro costados, eran sin embargo muy parecidos por su valentía y la defensa de su terruño natal. La historia los puso de la mano de José Gervasio Artigas en la misma trinchera, la del federalismo, pero por los meandros de la historia y las relaciones de fuerza existentes en su época, terminarían en conflicto entre ellos.
Francisco Ramírez fue desde un primer momento muy cercano a la figura de Artigas, por eso cuando se firmó el Tratado del Pilar, el gran caudillo oriental sintió mucho más fuerte la defección del entrerriano que la decisión del santafesino en cuanto a la firma del polémico documento.
Vencido Artigas en Tacuarembó a comienzos de 1820, y ante el evidente peligro portugués, los vencedores de la batalla de Cepeda, que terminó con el Directorio porteño, optaron por acordar con la nueva Provincia de Buenos Aires, dándole la espalda al poder Oriental, que estaba siendo jaquea- do por el poderoso Imperio Lusitano. A esto Artigas lo sintió como una traición, y ante el envío por parte de Francisco Ramírez del Tratado del Pilar, le espetó una retahíla de críticas, llamándolo traidor. En el caso del santafesino, sin ahorrar calificativos, el gran caudillo oriental fue más cauto puesto que Santa Fe era una aliada de distinta naturaleza que Entre Ríos a pesar de estar ambas provincias junto a Corrientes, Misiones y la Banda Oriental, dentro de la “Liga de los Pueblos Libres”.
En la batalla de Cepeda la parte principal y estratégica estuvo a cargo de Francisco Ramírez, cabiéndole a Estanislao López una parte subordinada, de carácter táctico, aunque sin embargo su papel en la lid fue fundamental para derrotar completamente a las soberbias huestes bonaerenses. Aunque el Tratado del Pilar significó un triunfo definitivo para el federalismo, Buenos Aires, como era su costumbre, desconoció lo que había firmado, iniciándose nuevamente la guerra.
Santa Fe recogió el guante y con la decisión que era característica en el caudillo santafesino, volvió al conflicto con la Ciudad Puerto, venciéndola otra vez. Esto llevó a la firma del Tratado de Benegas, el 22 de noviembre de 1820, que permitió la reconstrucción de la economía de Santa Fe, devastada por un decenio terrible, luego de la proclama del 25 de Mayo de 1810. Este acuerdo entre Santa Fe y Buenos Aires, que contó con la garantía de la provincia de Córdoba y la aparición en la escena política nacional del estanciero Juan Manuel de Rosas, fue para Pancho Ramírez una evidente afrenta.
Entre tanto, Artigas había invadido la provincia litoraleña, disgustado por el accionar del “Supremo Entrerriano”. Debilitado por la derrota ante los portugueses, y ante el poder que tenía Entre Ríos con el apoyo militar porteño, fue vencido, conminándolo al exilio paraguayo del que no volverá.
Esto hizo que Pancho Ramírez se sintiera dueño del Litoral, y en septiembre de 1820, instaura la República de Entre Ríos, con sede en la ciudad de Corrientes. La República de Entre Ríos, abarcaba además de la cuna natal del nacido en Concepción del Uruguay, a Corrientes y a las Misiones Orientales. Es interesante remarcar algunos aspectos progresistas de esta nueva construcción política, como eran el voto popular para la elección de autoridades y la obligatoriedad de la educación común de todos sus integrantes.
Sin embargo, las tensiones en el Litoral aumentaban, producto de la convicción de Estanislao López de que no se podía constituir una verdadera República Federal sin la presencia bonaerense, que además serviría para contener la amenaza portuguesa, que fue el principal motivo del acuerdo con Buenos Aires, en el entendimiento de que no se podía luchar en dos frentes contra enemigos tan poderosos. Es esta la clave de la famosa “traición” contra Artigas. Tanto Ramírez, como López, entendieron que una política de dos frentes contra enemigos tan poderosos era casi suicida.
En su búsqueda de la hegemonía, Ramírez cargó contra Buenos Aires, exigiéndole a Santa Fe, que ya había pactado con los porteños, que rompa la neutralidad. López se negó a esto aduciendo el Tratado de Benegas y se declaró la guerra entre entrerrianos y santafesinos, inva- diendo los ramiristas nuestro territorio. Las tropas nativas contaron con el apoyo porteño que junto a los errores y las deserciones que tuvo el “Supremo Entrerriano”, llevaron a su muerte en Río Seco, en julio de 1821.
El óbito de Pancho Ramírez, tuvo visos de novela romántica, al caer muerto por volver a rescatar a su pareja Delfina, que había caído de su caballo. Los lugartenientes de López, le cortaron luego de su muerte la cabeza y el caudillo santafesino en un hecho muchas veces criticado, hizo colgar su testa en el Cabildo de Santa Fe. Esta práctica a todas luces cruenta era habitual en esa época, por ejemplo, el gobernador de Mendoza, Tomás Godoy Cruz, gran amigo de José de San Martín, ordenó que el cadáver de José Miguel Carrera, lugarteniente de Ramírez, fuera mutilado, siendo su cabeza y un brazo exhibidos en el Cabildo y sus demás miembros del cuerpo distribuidos en distintos puntos principales donde se habían cometido lo que el presidente del “Congreso de Tucumán” denominaba “delitos”.
Los conflictos entre nuestros caudillos, dificultaron la constitución de la República Federal. Sin embargo, el espíritu del proyecto emancipador siguió vivo en las provincias que bregaron por la soberanía del pueblo y la independencia de todo poder extranjero. Este legado nada lo pudo mancillar, a pesar de que muchas veces el interés individual dificultó la realización de las grandes y nobles causas patrióticas.